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Entre el Dolor, el Maltrato y el Hacerse Más Fuerte


A veces me pregunto, ¿por qué vemos personas todos los días en los gimnasios, y todas mejoran a ritmos diferentes? ¿Por qué unos levantan más peso que otros? ¿Por qué unos corren más largo que otros? ¿Por qué hay unos más flexibles que otros? Suena sencillo, pero apenas esta mañana mientras hablaba con una amiga, caí en cuenta de algo y lo pude entender.

 

Mi amiga, lleva la disciplina del trote con alegría y pasión. Ella acude normalmente a los entrenos, los hace, los termina y se va para su casa. Después de haber estado retirada por temas de salud, ha regresado con ganas de volver a recuperar el “terreno perdido”. Hoy, cuando íbamos en un 80% del entreno y cerca de casa, me dice sonriendo que lo da por terminado. Yo quería respetar su decisión, sin embargo, le pregunté por qué se iba, a lo que me contestó que era porque estaba desentrenada. Estando ella de última, decidí acompañarla, y me quedó rondando la duda y la imagen de las muchas veces que veo personas sencillamente irse. Pensé otra vez en esa delgada línea, y le volví a preguntar...

 

Entre el Cansancio y la Pereza

Siempre nos dicen que hay que escuchar el cuerpo, pero hay momentos donde es muy difícil uno saber a quién le hace caso. Digamos que si se pasó mala noche, pocas horas de sueño, tragos, indigestión, virus, u otros, es fácil entender que no hay por ahora condiciones para entrenar. Pero en un escenario donde nos acostamos a la hora de siempre o un trisitico más tarde, estamos bien alimentados, no hay enfermedad o virus en el panorama, los hijos han dejado dormir, pero hace un friíto delicioso y provoca apagar la alarma porque son las 5am?... Eso ya se va denominando pereza, y en ese caso, ya sabemos qué sería lo que debemos hacer: pararnos de la cama con el dolor de dejarla ahí deliciosa y calientita, echarle tierrita a eso y alistarse para salir a entrenar. Y una vez vestidos y alimentados hay que salir, no hay de otra así esté lloviznando.

 

Entre la Crisis y el Ir Más Allá

Entonces salimos, con el entusiasmo a flor de piel, la mañana está fresca porque en Cali tenemos el mejor clima para entrenar, y llegamos a ese punto donde queremos decir no más. ¿Cómo saber hasta donde sí? Se siente cansancio, fatiga, falta de aire, falta de agua, hambre, ganas de parar... ¿Pero cuál de esos factores me indican cuándo debo parar? 

 

El Cerro

Hace poco subí al cerro con las niñas, eran 6 y 4 adultos. El día estaba nublado, habían desayunado bien y el plan no duraba más de 60 minutos a su ritmo. Llevamos bocadillo, agua y otras bebidas suficientes, y plata por si acaso se nos acababa algo durante la primera mitad del paseo. Como paseo de trocha, la mitad del tiempo es de subida y la otra de bajada. De las niñas, solo 2 ya conocían, así que ya sabían lo que les esperaba, mientras las otras 4 se fueron sin saberé e qué esperar. Repartimos aguas recordando que debíamos ser conscientes, que debíamos saber cuándo tomar, que se toma por sorbitos, y que éramos muchos entonces debíamos cuidar de las municiones de todos. La pregunta es entonces, ¿Cómo nos fue con el agua?  

 

Se la atragantaron. Como si no hubiera mañana. Se quejaron, se quisieron devolver, otras medio lo soportaron, otras entraron en tal “crisis” que no les daba para compartir y pensar en las necesidades del otro. A la mitad del camino, compramos más aguas para rellenar los termos y se repartieron los bocadillos, pues igual ya en la cima, habíamos coronado lo dificil. Todo normal. Al bajar iban todas felices, autorealizadas, se sentían capaces, fuertes y curiosas conociendo túneles y metiditas en la montaña. La crisis se quedó arriba en la esplanada donde comimos y descansamos, lo que me permite aterrizar varias ideas. La vida nos va preparando y lo que antes veíamos como una necesidad extrema, pasa a ser una necesidad temporal, manejable, administrable o incluso irrelevante. El haber pasado por ahí antes nos permite saber que lo que en un momento pensamos que nos iba a “exterminar” tenía manejo, y que probablemente, si no lo hubiéramos vivido, no lo hubiéramos aprendido, al menos en esa ocasión. Y lo mejor de todo es que hoy podemos decir que todas quieren volver.

 

¿Y Qué Pasó Con Mi Amiga?

Con ella ya lo tenía más claro, bastaba con preguntarle si seguir era maltratarse o hacerse más fuerte.  Ella entendió, y desde su auto cuidado y objetivos claros, desde esa conciencia corporal que todos debemos cultivar, decidió seguir. Fue lindo verla con esas ganas de mejorar, mientras cuidaba también de su integridad y le decía a su cuerpo, mente y espíritu de lo que era capaz.


Como adultos tenemos más noción de nuestros límites de tolerancia ante el dolor, ese que nos hace renunciar o el que aceptamos tolerar y nos hace más fuertes. ¿Y a los niños? A los niños sí los debemos acompañar, y aunque no soy más que una aprendiz de mis hijas y de la vida, creo que estos laboratorios en ambientes controlados siempre serán lecciones y experiencias de vida imborrables que los prepara para otras situaciones donde ya no estamos nosotros. Entonces, en ese orden de ideas, el que levanta más peso es porque le sube a la pesa, el que corre más largo es porque le aumenta a los kilómetros, y el que estira más es porque se le dedica, aunque le duela, sin maltratarse. No nos confundamos con la milla extra, esa milla que a veces nos hace sobrepasar nuestros límites de autocuidado - solo porque sí. Es un poco más que eso. Es saber que siempre hay un dolor asociado a crecer, y que hay un dolor que lastima y uno que hace más fuerte, y dentro de los límites sanos, hay que saberlo reconocer para decidir cuándo ir más allá.








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