Transalpine Run: Cuando la Sonrisa Me Llevó Más Lejos que la Fuerza
- julyosoriohh
- 24 sept
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 25 sept
Se me han alborotado las ganas de escribir, tengo la cabeza a mil con fotos y sensaciones frescas de todo lo que viví y como soy mejor escribiendo que hablando, por aquí me vine a sentar. Debo confesar, que aunque he organizado ideas, tópicos, sub tópicos, aprendizajes, lecciones, listado de mantras, mil cosas, hoy me voy con el flow, a ver qué sale.
Hoy hace quince…
Hoy hace quince días estaba en Los Alpes, más precisamente, en mi quinta etapa de siete. El recorrido fue recortado por mal tiempo y me quedé con ganas de conocer una parte de él. Estaba a dos días de terminar mi peripecia: aquella a la que me inscribí con convicción, con determinación, pero que terminarla, dependía de mí y de otra infinidad de factores externos. Siempre fui consciente de la magnitud del reto al que me había inscrito, no desde el miedo pero sí desde la responsabilidad y el respeto que merecía esa cordillera. Yo venía de Cali, y aunque mi patio trasero está lleno de montañas, sabía que no era lo mismo. El clima me animaba, me va mejor en el frío, pero también me asustaba su variabilidad, la altimetría y el piso, pues yo sabía que eran otra trampa… Por eso, dejé a un lado las predisposiciones y me enfoqué en lo que tenía en mis manos: prepararme en el laboratorio para esos imprevistos desde lo físico y lo mental. Nunca dije sentirme lista. Me parecía arrogante frente a algo tan grande. Pero sí, me encargué de estar y sentirme muy fuerte para lo que se venía, y así me fui.
El Carrusel 🎠
Empaqué mi maleta con ilusiones y 27 kilos de cosas, con la cara lista para cuando la pusiera en la balanza del counter y quisiera evadir el cobro por sobrepeso. No dejé mucho al azar. Mis paquetitos, una prueba de ello. Y como me gusta siempre hablar con lo que es, no me voy a inventar un cuento de hadas. No me la gocé de principio a fin. No fue todo perfecto. Me dolió. Me cuestioné qué hacía ahí. Me quejé de las raíces, de las piedras, del barro, del dolor, de los dedos, del frío que me congelaba las rodillas, de las madrugadas, de hacer check out a las seis de la mañana… Me frustré, sí, pero era parte del proceso, la inscripción siempre viene con eso en letra menuda y yo sabía que era como la fiebre, no podía poner el termómetro cada cinco minutos, al menos que quisiera un carrusel de lecturas e interpretaciones.
Pero también lloré (y reí) de felicidad. Estuve un poco más de 40 horas sola conmigo misma. Me vi por dentro y por fuera mil y una veces. Me parecía mentira estar ahí, sentía los frutos de un proyecto que hasta muletas tuvo. Pensaba en mis hijas, en tantas personas, mensajes, palabras, abrazos físicos y virtuales que recibía. Cuando no era por mí era por cualquiera de ellos. Entre risas y llantos de emoción, esquivaba la mente cuando me quería decir que había dolor, zapato apretado, mal sueño, una piedra en la media, raíces hartas, piedras filudas, charcos, lodo, bajadas espantosas, subidas inclementes.
Pero a esa misma montaña la amé. Porque me regaló aprendizajes y unos paisajes de otro planeta, y hasta ríos de agua manantial justo cuando se lo pedí. Al final, yo sabía que había “tenido fiebre”, por eso nunca saqué el termómetro hasta llegar a casa. Hoy extraño esas montañas con el alma.
Los Pensamientos
Uno de los recuerdos más vivos que tengo es cuando los veía entrar. Literal, los veía entrar. Eran unos fantasmas negros. Se colaban de repente. ¿De dónde salían? No lo sé, supongo que de algún miedo escondido. Era tan consciente de ese momento que podría dibujar una línea en el espacio entre el antes y el después. Me derrumbaron, sí. Pero pronto aprendí que eran sólo una cración mía, que no necesitaba habilidades ni fuerza física para derrotarlos. También aprendí, que de la misma fábrica nacían los transparentes, los que me dejaban ver todo lo que tenía al frente. Había encontrado mi antídoto. En una de esas montañas cuando lo insólito, lo difícil y absurdo parecía reinar encontré dos opciones: reír, o llorar. Elegí reír, y pasé del sollozo al gozo, sin pensar en lo que alguien pudiera pensar.
Hoy
Hoy escribo y se me aguan los ojos. Porque no me la creo. Sigo con ganas de pellizcarme para ver si fue solo un sueño. Porque con dos pies y un chaleco lleno de cosas, crucé de un país a otro, porque llegaba entera, porque no me engañaba cuando reía mientras sufría, porque no esquivaba el dolor, porque le cogí la mano, corrí con él y aún lo siento si me apoyo de rodillas. Me repetía a mí misma: ya estoy aquí, en mi casa descanso. Lloré y también reí. Porque me sentí plena. Y aunque no sé cuál es el tema central de este escrito, si sé que me hizo vovler a sentir.
Hoy me siento fuerte, pero no invencible. Crucé la meta de la mano de la sonrisa y de la humildad, si no es por ellas juro que no llego. Me di cuenta que la fuerza física no es nada si uno no está en sintonía. Confirmé el poder de la sonrisa, por eso nunca la solté. Hoy pienso que sí, muy berraquita haberlo hecho y estar aquí contando esta historia, pero más feliz me haría saber que algún día alguien me diga, te leí, me animé, lo hice y terminé. Esta carrera es dura, no puedo negarlo, pero es para mortales, que se atreven a hacerlo.
PD. Transalpine en cifras
El Transalpine Run es una carrera que atraviesa Los Alpes corriendo. Aunque hay tramos que solo permiten marchar, quien solo camina, no llega: lo sacan. Es un reto físico y mental que exige correr entre 30-50 kms diarios durante siente días seguidos, para una suma total de 243kms, (220 kms en esta última edición). Se acumulan aproximadamente 15.000 mts de ascenso y 13.000 mts de descenso, en senderos debidamente marcadas y señalizadas, desde Austria, pasando por Suiza, hasta llegar a Italia.
Para poner en contexto (en Cali):
⛰️Cerro de las Tres Cruces: desnivel positivo de 365 mts en un recorrido de 4 kms
🦜Pico de Loro: desnivel positivo de 1140mt (no sé la distancia)






























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